Máncora
- Perú, Verano del 2013.
Para
ponerlo rápidamente en antecedentes, soy un tipo de lo más corriente con un
historial de lo más típico: desastre tras desastre y loca tras loca hasta que
un día decidí que esto del amor no era para mí, recogí los pedazos, me cerré en
banda y aquí paz y después gloria. Aquí el inicio de tal decisión.
Era
una noche de verano… no, no es verdad.
Total,
que por azares del destino y circunstancias varias decidí viajar. A pocos días
de llegar a mi destino, sólo y sin nada que hacer en mi tiempo libre
empecé a salir de juerga por aquello de que la vida son dos días… y bueno, tras
algún lío tontorrón, llegó “el momento”. El momento de joderlo todo, claro.
Encontré a alguien (y saltaron chispas y la química fue incontestable) y
decidimos conocernos más a fondo.
Y
teníamos (y seguimos teniendo) montones de cosas en común… o sea, lo que viene
siendo un flechazo en toda regla, dirigido con puntero láser y
una precisión milimétrica capaz de colarse por la mas minúscula grieta
de la coraza. Sí, amor a primera vista (soy idiota, lo sé).
Sólo
había un pequeño inconveniente. Una minucia. Y es que el objeto de mi
enamoramiento tenía (y sigue teniendo) una peculiar forma de comportarse y algunos
años más que yo, una chica con “barba”.
Y
aunque al principio me resultó tremendamente conflictivo (dada las formas),
al final pensé que total: vida nueva, experiencias nuevas; que los
sentimientos no entienden de prejuicios y que sí era capaz de hacerme
feliz.
Y
efectivamente, me hizo feliz como no había sido feliz en mucho tiempo.
Hasta
que decidió desaparecer. Sin dejar rastro. Y volví a derrumbarme y
volví a levantarme, listo para el siguiente asalto. Pero, ¡ay! la barbuda
volvió a aparecer con un: “Lo siento, lo más que puedo ofrecerte es
mi amistad, estoy saliendo con otra persona”. Me dejó hecho polvo. Hasta que un
día discutimos. Y se hizo el muro. Y vino el silencio.
Y
pasó el tiempo. Y volví a levantarme. Y volví a salir por las noches. Y
apareció “ella”. Y la cosa funcionó. Y siguió funcionando
meses después a pesar de que eramos polos opuestos,
y es que por una jodida vez en mi vida ella era la que se estaba dejando
el alma por hacerme feliz.
Hasta
que relativamente poco tiempo después, la barbuda de mis entretelas volvió a
aparecer. Con educación y distancia, dice (dice) que sólo busca recuperar
nuestra amistad. Y así estabamos: La barbuda aparentemente feliz con su
novio, yo feliz con mi novia.
La
verdad: pasé pagina, pero no del todo. Todavía pensaba en ella. Y claro,
siendo el tipo honesto que soy, se lo tuve que decir a la chica con la que
estaba.
Ella
se lo tomó increíblemente bien (dadas las circunstancias) dijo que me
tome mi tiempo, que lo entendía y que mi felicidad era lo primero. Que a
malas siempre podíamos ser amigos… El caso es que me sentía como una
mierda, porque le estaba haciendo daño a alguien que (parece) me quería de
verdad, pero no podía negar que quedaban flecos sueltos.
Por
otro lado sabía que no tenía nada que hacer con la barbuda más
allá de una posible amistad (que tampoco está mal). Así que sinceramente,
creo que era la primera vez que me encontraba con semejante lío. A ella la
quería, pero sabía que estaría jodida sabiendo que había otra.
A mí me jodía no poder evitar pensar en la barbuda. Y la otra, a
saber qué quería la otra…
Con el tiempo aprendí que siendo el protagonista principal de esta historia ¿Qué es lo que yo realmente quería? Que sí, que es muy bonito lo de “enamorarse del amor”, pero…
Y
ahora en serio, en esta vida se pueden ser muchas cosas y pecar hasta la
crucifixión, pero nunca (nunca) quedarse en medio. O entras o sales, pero no te
quedas en la puerta estorbando. Por ahí, no. Si tienes que tomar una
decisión que involucre vísceras, toma una decisión y haz algo ya.
No dudes: naturalmente
que el perro del hortelano.
No come ni deja comer,
ni está fuera ni está dentro.
que el perro del hortelano.
No come ni deja comer,
ni está fuera ni está dentro.
Espero la segunda parte de esta historia,,,
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