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Tócalo




Mi amiga Pía me pide consejos para conquistar a su gordo. Su gordo no sabe de su existencia y tampoco sabe que le dicen de manera injustamente posesiva mi gordo. El gordo no sabe que Pía está en campaña amorosa por él y mucho menos que se desvela por las noches durante largas horas investigando sus fotos en facebook. El gordo solo la ha visto dos veces en su vida y no sabe nada de nada; por lo tanto, no muestra nada de nada. El gordo despistado con las justas la reconoce; por consiguiente, mi amiga sufre.


Le sugiero que como mujer moderna debe asumir la conquista. Me dice que no, que no es femenino.
Pasan seis meses y Pía se harta. Se recrimina por haber desperdiciado tanto tiempo ideando romances ficticios y me pregunta qué diablos está haciendo mal. Le digo que todo. Que nada de lo que ha hecho (que efectivamente es nada) sirve. Agrégalo al Facebook  e invítalo a salir. Pía empalidece. Nunca se le cruzó por la cabeza ser tan "mandada".

Cinco meses después ya hablaban por chat. El gordo respondía sus mensajes y Pía vivía ilusionada por el encuentro. ¿Qué hago ahora?, me pregunta. Tienes que tocarlo, le digo con seguridad. ¿¡Tocarlo!? ¡Claro!
Hay que acelerar el proceso, intuir si hay química, crear confianza y poco a poco establecer algo de cercanía.
Obviamente, una tocadita ligera, un roce casual, un abrazo espontáneo, algo sutil pero efectivo. Pía duda.

De pronto todo se complica. Pía y su gordo se encuentran en un barcillo de mala muerte. Ella con un grupo de amigas. Él con otra mujer. Es el fin.
Algunos shots de tequila se convierten en sus nuevos consejeros, y junto a mis recomendaciones pasadas causan un fatal cortocircuito. De la nada, Pía se acerca temerariamente a su mesa. Gordito, rebuzna "sensualmente", aquí estoy. Aquí estoy hace meses, le dice. El gordo se pone nervioso y su chica escapa al baño. Pía aprovecha. ¿Quien es esa fea que me mira mal, ah? Es mi hermana, dice el gordo. Sin transición, Piita recita ¿y cuándo salimos, pues? Ya toca, ¿no? El gordo traga saliva y se resigna al siguiente, terrible y tremendo error. Pía se para de la mesa, lo agarra de la mano y sin duda ni disimulo le saca la camisa del pantalón y le mete la mano a la barriga. ¡Le mete la mano a la panza! Luego de sobajearle los rollos por varios segundos las amigas de Pía la rescatan. Me llamas, ¿si?, implora Pía borracha.

Un par de horas después, el gordo la había eliminado de su facebook. Seis meses después, Pía aún me hecha la culpa del desastre. Medio año más tarde, el gordo todavía no se entera de que fue el protagonista de la peor historia de amor jamás contada.

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